sábado, 2 de julio de 2011

La Música y la Inteligencia

En años recientes ha surgido una controversia relacionada con si el escuchar cierto tipo de música tiene el efecto de aumentar las capacidades cognitivas o la inteligencia. Ciertamente, se ha observado un efecto que apunta en dicha dirección. Sin embargo, parece ser que esto es más bien un efecto temporero. Es decir, se produce un aumento medible en ciertas capacidades intelectuales que desaparece al cabo de un corto tiempo. Por otra parte, se sabe que ciertos tipos de música, como por ejemplo, los movimientos lentos de la música clásica barroca ayudan a crear un estado de relajación alerta en el que se puede aprender más eficientemente.

Por otra parte, Peter Perret director de la sinfónica de Winston-Salem (ninguna relación con los cigarrillos Winston o Salem) en Carolina del Norte organizó un programa en el que un grupo de cinco músicos interpretaba música e interactuaba con estudiantes de primer grado. Pasados más de dos años este grupo de estudiantes, ahora en tercer grado, obtuvo puntuaciones notablemente superiores en las pruebas estatales que el grupo de tercer grado que les precedió.

Ahora bien, cuando hablamos no ya de meramente escuchar música sino de estudiarla, la evidencia es clara, al menos en cuanto a los niños. Se ha encontrado que estudiar música tiene unos efectos benéficos sobre las capacidades intelectuales de los niños.

A todos los participantes se les hicieron pruebas de inteligencia antes de comenzar el estudio y luego de finalizado. Se encontró que en los dos grupos que recibieron lecciones de música hubo un aumento en varias medidas de inteligencia mayores que en los otros grupos. El grupo que recibió lecciones de arte dramático también tuvo un aumento, pero éste no fue en las áreas relacionadas con el desarrollo cognitivo sino en el área de conducta y adaptación social, un área que no cambió en los que recibieron lecciones musicales. El grupo que no recibió lecciones musicales ni de arte dramático registró un aumento menor en las pruebas.

Fuente: El Observador evangélico

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