lunes, 19 de marzo de 2012

Una mujer agradecida



Una mujer agradecida




Ha vencido sus limitaciones, ha superado la vergüenza y el temor…
Las manos le sudan. Un temblor se instala en todo su cuerpo consiguiendo que sus piernas cimbreen cual rama preñada de viento.


Orlada de valor cruza el patio para entrar en la casa. En ese corto trayecto tiene que obviar miradas, ojos que increpan prestos a la crítica y turbados ante una presencia tan desagradable.


Esta mujer busca al maestro, sabe que ha sido invitado por Simón, es por ello que envalentonada entra en la casa. Allí huele a comida casera, a comodidad, a decoro, a todo lo que ella no posee. Sin que nadie pueda detenerla derrama un llanto estremecedor, se postra al lado del Maestro y comienza a regarle los pies con lágrimas, con perfume, enjugándolos con sus cabellos y con besos.


Deposita su ofrenda, no viene a recibir, viene a dar. Una entrega que molesta, que zarandea los pilares de un hombre que se cree bueno y que sin poder impedirlo recibe una lección de quien menos lo esperaba .


Ella conoce su condición, aún así, no puede ni quiere perder la gran oportunidad de estar cerca del Cristo, de ese hombre de quien todos hablan, un hombre al que ella aún sin conocerlo ya ama.


Simón no entiende a que se debe aquella escena, no comprende como Jesús permanece quieto, impasible.


¿Es qué acaso no se da cuenta de quién es esta mujer?


¿Cómo permite que ella esté aquí?


Simón no ha sido un buen anfitrión, sin embargo se enfurece ante el trato que una mujer pecadora tiene con su invitado.


Ella, soslaya todo lo que le rodea y se centra en la figura del Maestro. Está postrada a sus pies. Ha vencido sus limitaciones, ha superado la vergüenza y el temor, ha llegado cargada de amor y allí, con el corazón a punto de estallar, derrama su vida para ser renovada por la misericordia de Jesús.


Al que mucho se le perdona, mucho ama…




Autores: Yolanda Tamayo

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