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El contacto físico con la madre modifica la respuesta del cerebro protegiendo de sustancias que crean adicción. Los gemelos también se acarician en el vientre materno.
Las caricias son remedio para muchos males. Un estudio realizado por la Universidad de Duke (EE UU) junto con la Universidad de Adelaida (Australia) y publicado en The Journal of Neuroscience, afirma que las caricias maternas durante la infancia podrían ayudar a los niños de hoy a “resistir” la tentación de consumir drogas y otras sustancias adictivas cuando alcancen la edad adulta.
Según explica Staci Bilbo, neurocientífica y coautora del trabajo, en experimentos con ratas han comprobado que tener mucho contacto físico con la madre aumenta la producción de una molécula del sistema inmune llamada Interleucina-10 (IL-10) que es capaz de modificar la respuesta del cerebro ante sustancias que crean adicción.
Durante la investigación, los cerebros de los animales que habían recibido más caricias maternas tras nacer tenían más genes activos destinados a producir esta sustancia. Tras consumir una droga como la morfina, en el cerebro de los mamíferos se activan células de la glía que producen moléculas inflamatorias que mandan señales a un centro de recompensa llamado núcleo accumbens. Sin embargo, cuando entra en juego la molécula IL-10 contrarresta esta inflamación y reduce la señal de recompensa, lo que evita que se cree una adicción.
Sorprendentemente, cuanto más arrumacos maternos se ha recibido en edades tempranas, mayor es la capacidad de producir esta sustancia.
Según explica Staci Bilbo, neurocientífica y coautora del trabajo, en experimentos con ratas han comprobado que tener mucho contacto físico con la madre aumenta la producción de una molécula del sistema inmune llamada Interleucina-10 (IL-10) que es capaz de modificar la respuesta del cerebro ante sustancias que crean adicción.
Durante la investigación, los cerebros de los animales que habían recibido más caricias maternas tras nacer tenían más genes activos destinados a producir esta sustancia. Tras consumir una droga como la morfina, en el cerebro de los mamíferos se activan células de la glía que producen moléculas inflamatorias que mandan señales a un centro de recompensa llamado núcleo accumbens. Sin embargo, cuando entra en juego la molécula IL-10 contrarresta esta inflamación y reduce la señal de recompensa, lo que evita que se cree una adicción.
Sorprendentemente, cuanto más arrumacos maternos se ha recibido en edades tempranas, mayor es la capacidad de producir esta sustancia.
Fuente: ProtestanteDigital
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