Tenía
alrededor de dieciséis años cuando, en un terreno abandonado junto a su
escuela, fue violada. Era una muchacha que amaba a Dios, una estudiante
brillante y destacada con un futuro muy prometedor. La apreciaban sus
compañeros, amigos y maestros, ¡y le sucedía eso!
Alguien
la refirió conmigo y cada quince días temamos sesiones de terapia, con
la intención de que pudiera sobrellevar ese episodio tan amargo y
eliminar poco a poco las secuelas traumáticas que quedan cuando una
mujer vive una experiencia tan aterradora. Aunque han pasado algunos
años, puedo recordar con bastante nitidez los rasgos del rostro de la
muchacha, la forma en que colocaba sus manos sobre su regazo, y la
expresión de sus ojos cuando me miraba para escuchar lo que yo le decía.
Toda ella irradiaba paz. Pero lo que realmente nunca olvidaré es el
ejemplo de entereza, confianza en Dios y fortaleza de aquella mujer,
casi una niña, que se veía frágil física y emocionalmente.
La
fuerza que emanaba de su interior me hizo reconocer que espiritualmente
era una «guerrera». Durante los meses que duró la terapia, aprendí
grandes lecciones; creo que ella fue un instrumento de Dios para
cambiarme a mí. Su fe en Dios permanecía intacta. El odio natural que
debería haber sentido hacia su agresor fue sustituido por compasión y
perdón, y estaba segura de que su pureza se mantenía intacta, porque
Dios lo había hecho posible en la cruz.
Años
después supe que estudiaba una carrera universitaria con mucho éxito, e
imagino que ahora debe de ser una profesional realizada. Nunca odió a
los hombres, por lo que creo que a lo mejor tiene un matrimonio feliz.
¡Fue capaz de levantarse y resplandecer!
Cuando
estamos en el suelo, con nuestro mundo hecho añicos a nuestros pies,
dobladas de dolor, enceguecidas por la desesperación, muchas veces no
logramos ver la mano de Dios que se extiende solícita y dispuesta a
sostenernos y levantarnos. La resurrección del Salvador del mundo debe
hacernos recordar que para él no hay imposibles, y que podemos
levantarnos de nuestra postración física, emocional o espiritual, si lo
miramos y confiamos en su poder restaurador.
Si
ahora lloras debido a una pérdida, escucha la voz de Dios que te dice:
«¡Levántate y resplandece! Es posible si confías en mi».