Douglas
Corrigan albergaba el profundo deseo de tener su propio avión. Después
de una larga lucha, finalmente, en la década de 1930, su sueño se
convirtió en realidad. Compró un avión, que en realidad solamente era un
montón de chatarra, pero era lo más que Corrigan podía pagar. En
respuesta a las burlas de sus amigos, les dijo que en menos de lo que
cantaba un gallo convertiría aquel cúmulo de hierrajos en una máquina
voladora.
Mientras
arreglaba el avión, Corrigan seguía soñando con la idea de volar solo a
naves del océano Atlántico, para repetir la hazaña de su ídolo Charles
Lindberg. Cuando le decían que no sabía pilotar un avión, contestó
haciéndose mecánico de aviación y aprendió a volar por cuenta propia. En
1927 obtuvo la licencia de piloto de aviación recreativa y, tres años
después, la licencia de piloto de transportes de carga. Finalmente,
después de una larga lucha para obtener el permiso del gobierno, se le
autorizó hacer solo el vuelo de 3,000 millas de Los Ángeles a Nueva
York, pero no más.
Milagrosamente,
el montón de chatarra voladora llegó a Nueva York después de doce horas
de vuelo. Cuando los trabajadores del aeropuerto vieron descender la
humeante y crujiente máquina huyeron despavoridos para salvar sus vidas.
Algunos de ellos amenazaron con renunciar a su trabajo y abandonar la
ciudad si se permitía a aquel esperpento despegar de nuevo. De todos
modos, dos días después se le concedió el permiso para despegar e
iniciar el vuelo que se convertiría en uno de los más grandes misterios
de la historia de la aviación.
¡Fíjate
metas elevadas! Dios puede satisfacer los deseos de tu corazón y hacer
que se realicen tus planes. Tómale la palabra a Dios. Siempre cumple sus
promesas. Intenta grandes cosas y, con su ayuda, realizarás grandes
proezas.