Quiero vivir lentamente, descubriendo a cada paso el hermoso sendero que transito.
Quiero vivir lentamente, descubriendo a cada paso el hermoso sendero que transito.
Andar con la cabeza alta, viendo el horizonte, pero con la sencillez de saber mirar hacia abajo para ver que no piso a nadie mientras camino.
Contemplar maravillada las cosas que se desnudan ante mí. Ver con ojos cándidos un rostro amigo en un ser ajeno.
Hoy es un día perfecto a pesar de la lluvia y el frío.
A pesar de que el autobús llegó veinte minutos tarde y tuve que aguantar las amenazas de jefe.
Es un día especial aunque la ropa me quede un poco más apretada y una nueva cana meche mi pelo.
Es un día especial aunque tenga que volver a visitar a mi padre al hospital y percibir, con pesadumbre, cómo se apaga poco a poco.
Es especial porque jamás más habrá, ni existirá un día como el de hoy. Y yo, no viviré nunca más la aventura de este día…
Afanados por hacer que nuestras vidas sean exitosas, quienes tenemos la dicha de tener hijos, delegamos en ellos parte de nuestra felicidad. Queremos que sean ellos los que tomen el relevo en la carrera de la vida, una existencia que perdurarán una vez hayamos partido hacia el más allá.
Hoy exigimos a los niños una perfección que los adultos no tenemos.
Exigimos que sean pequeños Einstein en un mundo competitivo en el que cada vez el listón está más y más alto en lo que a conocimientos se refiere.
En las puertas del los colegios, los papás modernos hablan con prepotencia de las muchas cualidades que tienen sus retoños.
Con elocuencia narran las actividades diversas a las que asisten sus hijos y lo inteligentes y preparados que están a tan corta a edad.
Hablan de sus descendientes como si éstos tuvieran el deber de hacer todo aquello que ellos por alguna razón no pudieron realizar.
Les reclaman tanto, que los hacen niños negados a ser niños.
Dejemos que los niños jueguen, que sueñen sus propios sueños. Dejémosles aprender a vivir en comunión con los demás a tener un corazón proclive al bien, a saber que hay que respetar y aceptar al débil, al diferente.
Dejémosles crecer mediante juegos y risas.
Preocuparse por esa futura herencia material es algo realmente ilógico, transfiramos a nuestros pequeños, grandes dosis de moralidad. Instauremos corazones sencillos y a la vez valientes. Cuando éstos crezcan, comprobaremos que la herencia que les hemos ido legando a lo largo de sus vidas son piedras fundamentales donde cimentar sus historias maduras.
Evidenciaremos que el trabajo realizado no ha sido en vano, y que pese a lo que ellos lleguen a ser, de seguro tendrán una buena y sólida base donde construir sus propios futuros, soñar sus propios sueños.
¡Que feliz eres, niño mío, cuando sentado en el polvo juegas con un palo roto toda la mañana!
Yo sonrío mientras juegas con ese trocito de palo roto.
Estoy ocupado con mis cuentas, haciendo sumas y sumas durante horas.
A veces me miras y piensas: "¡Qué juego más estúpido perder la mañana en eso!". Hijo, he olvidado el arte de quedarme absorto con palitos y pasta de barro.
Busco juguetes costosos, y amontono pedazos de oro y plata.
Con todo lo que encuentras, tú creas juegos llenos de alegría.
Yo gasto mi tiempo y mi fuerza en cosas que nunca podré conseguir.
En mi frágil barquilla trato de atravesar el mar del deseo, y olvido que también yo estoy jugando.
Rabindranath Tagore Andar con la cabeza alta, viendo el horizonte, pero con la sencillez de saber mirar hacia abajo para ver que no piso a nadie mientras camino.
Contemplar maravillada las cosas que se desnudan ante mí. Ver con ojos cándidos un rostro amigo en un ser ajeno.
Hoy es un día perfecto a pesar de la lluvia y el frío.
A pesar de que el autobús llegó veinte minutos tarde y tuve que aguantar las amenazas de jefe.
Es un día especial aunque la ropa me quede un poco más apretada y una nueva cana meche mi pelo.
Es un día especial aunque tenga que volver a visitar a mi padre al hospital y percibir, con pesadumbre, cómo se apaga poco a poco.
Es especial porque jamás más habrá, ni existirá un día como el de hoy. Y yo, no viviré nunca más la aventura de este día…
Afanados por hacer que nuestras vidas sean exitosas, quienes tenemos la dicha de tener hijos, delegamos en ellos parte de nuestra felicidad. Queremos que sean ellos los que tomen el relevo en la carrera de la vida, una existencia que perdurarán una vez hayamos partido hacia el más allá.
Hoy exigimos a los niños una perfección que los adultos no tenemos.
Exigimos que sean pequeños Einstein en un mundo competitivo en el que cada vez el listón está más y más alto en lo que a conocimientos se refiere.
En las puertas del los colegios, los papás modernos hablan con prepotencia de las muchas cualidades que tienen sus retoños.
Con elocuencia narran las actividades diversas a las que asisten sus hijos y lo inteligentes y preparados que están a tan corta a edad.
Hablan de sus descendientes como si éstos tuvieran el deber de hacer todo aquello que ellos por alguna razón no pudieron realizar.
Les reclaman tanto, que los hacen niños negados a ser niños.
Dejemos que los niños jueguen, que sueñen sus propios sueños. Dejémosles aprender a vivir en comunión con los demás a tener un corazón proclive al bien, a saber que hay que respetar y aceptar al débil, al diferente.
Dejémosles crecer mediante juegos y risas.
Preocuparse por esa futura herencia material es algo realmente ilógico, transfiramos a nuestros pequeños, grandes dosis de moralidad. Instauremos corazones sencillos y a la vez valientes. Cuando éstos crezcan, comprobaremos que la herencia que les hemos ido legando a lo largo de sus vidas son piedras fundamentales donde cimentar sus historias maduras.
Evidenciaremos que el trabajo realizado no ha sido en vano, y que pese a lo que ellos lleguen a ser, de seguro tendrán una buena y sólida base donde construir sus propios futuros, soñar sus propios sueños.
¡Que feliz eres, niño mío, cuando sentado en el polvo juegas con un palo roto toda la mañana!
Yo sonrío mientras juegas con ese trocito de palo roto.
Estoy ocupado con mis cuentas, haciendo sumas y sumas durante horas.
A veces me miras y piensas: "¡Qué juego más estúpido perder la mañana en eso!". Hijo, he olvidado el arte de quedarme absorto con palitos y pasta de barro.
Busco juguetes costosos, y amontono pedazos de oro y plata.
Con todo lo que encuentras, tú creas juegos llenos de alegría.
Yo gasto mi tiempo y mi fuerza en cosas que nunca podré conseguir.
En mi frágil barquilla trato de atravesar el mar del deseo, y olvido que también yo estoy jugando.
Protestante Digital
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